Al hablar de la paz, inmediatamente, nos remitimos a un espacio de tiempo, en que no hay enfrentamientos, ni conflictos en las relaciones humanas. Sin embargo, la paz no es plena, cuando el motivo del conflicto no ha sido enfrentado, entendido, dialogado y resuelto, llegando a puntos de comportamiento, que asumen los que están en discordia, buscando, en ellos, la solución a aquello que produce diferencias y molestias en la relación. La paz, entonces, es un elemento que dinamiza la comunicación y el entendimiento entre los hombres, genera inercias de aceptación y entendimiento, que llevan a la comprensión profunda del otro; por ello, no hay paz sin aceptación y diálogo, exhibiendo, cada uno, la realidad que afecta el otro y los motivos que llevan a defenderla.
El ser humano, al ser parte de una comunidad, asume y acepta sus signos y formas, como manera cotidiana y normal de vida; pero otras comunidades pueden confrontarse y hasta enfrentarse, por la expresión de los mismos. Cuando una persona transita o se comunica entre ambas comunidades, puede establecer signos enfrentados y generar conflictos, hasta que sean entendidos y atendidos con verdad y disposición por ambas partes.
La paz, entonces, es un elemento dinámico y sutil entre las comunidades y al interior de las mismas, que motiva al encuentro, dialogo y aceptación, de la forma que se expresa la individualidad e identidad humana en un entorno social.
Para ser vehículo y promotor de la paz, debemos aceptar que el otro siempre manifestará su individualidad e identidad, buscando ser aceptado tal cual es, conflictuándose y, quizás, reprimiéndose, cuando su realidad no está en comunión con la realidad comunitaria. Para ello, debemos entender y animar que la identidad personal sea reflejada y los anhelos personales sean expresados, para que encuentren un sitio de aceptación que promueva la paz.