Vaticano
El Papa Francisco nos hace reflexionar sobre la ancianidad, en el relato de la curación de la suegra de Simón, una mujer enferma, que recibe la visita de Jesús, y su vida cambia. En este pasaje Evangélico, encontramos varias enseñanzas: Jesús no va solo, va con sus discípulos, recordándonos que son los miembros de la comunidad cristiana, familiares y amigos, quienes deben consolar y ayudar a las personas mayores: visitarlos, acompañados de otros familiares o amigos, con frecuencia.
En esta historia, Jesús se acerca a esta mujer. Tomándola de la mano, hace que se levante, con delicadeza y ternura. Inclinándose ante quien lo necesita, Jesús revela su sensibilidad por los que sufren y anuncia la salvación. La suegra de Pedro, al verse curada, responde con gratitud, se levanta y los atiende, agradeciendo los dones que ha recibido de Dios, con fe y alegría.
Cuando eres una persona mayor, el vigor del cuerpo falla, no podemos hacer lo mismo que hacíamos cuando éramos jóvenes: el cuerpo tiene otro ritmo, debemos escucharlo y aceptar los límites. Es un golpe duro, la enfermedad parece disminuir ese tiempo de vida. Ahora, yo tengo que utilizar bastón, expresó Francisco.
Debemos visitar a los ancianos que, a menudo, están solos y presentarlos al Señor con nuestra oración. El mismo Jesús nos enseñará a amarlos. «Una sociedad es verdaderamente acogedora de la vida, cuando reconoce que ella es valiosa también en la ancianidad, en la discapacidad, en la enfermedad grave e, incluso, cuando se está extinguiendo» (Mensaje a la Pontificia Academia por la Vida, 19 de febrero de 2014).
Esta cultura del descarte cancela socialmente a las personas longevas, como si fueran un peso que cargar. Esto es una traición de la propia humanidad, es seleccionar la vida según la utilidad y la juventud, no como es: con la sabiduría y los límites de estas personas, que tienen mucho que enseñarnos, devolviéndonos la alegría de la convivencia.
Enseñemos a los niños que cuiden a los abuelos y vayan a visitarlos. El diálogo jóvenes-abuelos, niños-abuelos es fundamental para la sociedad, para la Iglesia, para la sanidad de la vida. Donde no hay este diálogo crece una generación sin pasado, sin raíces.
Al finalizar, el Papa pidió que hagamos que los abuelos y abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para transmitir esta memoria, experiencia y sabiduría de la vida. En la medida en que nosotros hacemos que los jóvenes y los viejos se conecten, en esta medida habrá más esperanza para el futuro de nuestra sociedad.
¡La vida siempre es valiosa!