Cuando veo una película romántica, no puedo evitar pensar que los personajes principales están completamente locos. Se abandonan, vuelven, se persiguen en aeropuertos, se besan en tormentas y gritan de cosas. Hasta hace poco, pensaba que esas cosas no pasaban en la vida real, por lo que investigué la historia de algunas parejas que se han casado y estuvieron juntas, hasta que uno murió.
Mi historia favorita fue la de mi tía bisabuela y su esposo. Se conocieron en el camión. A estas alturas, es más probable que me asalten a que yo encuentre a mi futuro esposo ahí. Ella cuenta que mi tío no pudo evitar hablarle y, ahí, comenzó todo. Su historia tiene muchos disparates, cuando él le dijo su nombre, a ella no le gustó, así que ella se lo cambió a Jorge. Yo siempre pensé que ese era su nombre. Estuvieron juntos toda la vida, hasta que el enfermó y la enfermedad lo hizo olvidarse de todo, pero mi tío siempre supo quién era ella. Al estar agonizando, cuando ella entraba en el cuarto y se sentaba en la cama, él estiraba la mano para acariciarle la mejilla.
La segunda historia, la de Salvador y Estela. Estela trabajaba en un mercado, a pie de calle; es decir, motos, bicicletas y gente pasaba entre los puestos. Un día, Salvador pasó por ahí y la vio. Él cuenta que dio tres vueltas, en su moto, por el mercado, con tal de que Estela lo viera, pero no lo lograba. En la última vuelta, su moto se atoró con la lona de uno de los puestos, tirando todo a su paso, incluyendo el de ella. Quería que lo notara y lo logró. Ahora, siguen juntos y tienen dos hijos.
La tercera es la historia más loca que he escuchado. Dicen, por ahí, que existe un Dios, que se hizo hombre y que murió por mí en la cruz. Era un Dios que se hizo hombre, ¿acaso tú te harías hormiga por amor a las hormigas? Y murió por ti, por mí, por tus futuros hijos y tataranietos. Tanto amó Dios al mundo, que murió en una cruz. Lo más extraño es que creemos en historias increíbles. Vi una película, sobre una pareja, donde él muere y se comunica con ella a través de fotos y, sin embargo, no creemos en un Dios que vino, se quedó entre nosotros y nos recuerda, todos los días, que nos quiere. Cuando me preguntan mis amigos por qué creo en Dios recuerdo esta la frase: “todos tenemos el amor que creemos merecer”.
No soy digna de muchas cosas, pero, si un hombre puede tirar un mercado o cortejar a una mujer en un camión, creo que me merezco el amor de un loco, capaz de convertirse en hormiga por amor a las hormigas y de morir por mí. Un loco de amor que, cada día, me ama más, que me escucha horas, que espera mis enojos, que respeta mi libertad y, sin pedirlo, me da todo más. Porque, quizá, yo no he conocido a un loco dispuesto a crear una familia conmigo, pero he conocido al amor más loco de todos y es uno que quiero y que me acompañará siempre.