8 de julio de 2024

Que la luz inunde tu corazón

A veces, la oscuridad parece tan densa que sofocaría aún la vitalidad más resiliente. La oscuridad que oprime dentro no siempre es culpa de alguien, sino consecuencia de aferrarse a la arrogancia y la prepotencia. 

Las guerras, que ensombrecen al corazón y duelen tanto, no siempre vienen de fuera, sino de la ignorancia y la anemia espiritual. Necesitamos respirar profundamente y, en silencio, expresar confianza en Dios. ¡Y que su luz inunde nuestra humanidad!  

Cuando parece que hemos perdido toda fuerza y no hay motivación para seguir andando, es necesario descansar y que el Espíritu sea nuestra fuerza vital.  

Cuando la luz nos inunda el corazón, las lágrimas son enjugadas y el clamor es acogido con paz; la ansiedad de no hallar respuesta o solución se disipa; la confusión que nos invade se amansa; sanamos y amaina la debilidad que sentimos que, a veces, hace que pese existir; queda la pacífica comunión, que viene del perdón sincero, del deseo del bien y de la reconciliación; emerje el abrazo que abrasa con misericordia; es posible reconocer la luz y las penumbras, los impulsos más vitales, los más agresivos, el pecado y la debilidad, para que surjan la fortaleza y la virtud; nos conduce por la humildad al amor; nos revela la belleza, aun en el caos y nos revitaliza en la paz; nos libera del ansía de poder y de la ambición insaciable, de la envidia que ciega y de la ira que oscurece. 

Ya no hagas la guerra, ni contra ti, intentando quitar o cambiar lo que no puedes, ni contra los demás, aferrándote a tus expectativas, porque, cuando la luz se manifiesta, no hay ira que merezca seguir siendo provocada, ni hay guerra sensata, ni violencia justificable. 

Si aceptamos que la luz nos inunde desde el corazón; nos reconoceremos hermanados en la diversidad, como posibilidad de amor, desde la empatía y la libertad. 

Por su luz, somos luz… Ya no necesitamos pelear contra las sombras, porque cuando nos inunda la luz, las sombras se integran en abrazo de amor. 

Que la luz inunde nuestro corazón, amorosamente, sin oponerle resistencia para fluir con ella y en ella… y, entonces, reconozcamos que, por la luz ¡somos luz! 

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