8 de julio de 2024

Perder para volar

Perder una parte de ti mismo es abrumador y triste, pues no deja de ser una pérdida. Pero la plenitud es mayor, cuando enfrentas el miedo a dejar ir lo que ya no necesitas.

Me encontraba parada en la ventana de mi cuarto. Llevaba ya una semana intentado disfrutar de mi viaje sin tener mucho éxito y, lo peor de todo, sin caer en la cuenta de lo que estaba desperdiciando.

Mis demonios no dejaban de perseguirme. Mi mente se encontraba en un torbellino de emociones, tambaleando entre un reciente tema de salud y los estereotipos enfermizos de belleza, que habían empezado a tomar cierto poder dentro de mi mente, empeorando todo. Pero, mi último día en esas tierras fue una de esas ocasiones donde la vida te reafirma que siempre estamos en el lugar correcto, a la hora y en la forma perfecta.

Después de haber escuchado todo el flamenco por haber, visité el parque María Luisa. Unos enormes cipreses cubrían el sol, conduciéndome hasta la famosa Plaza de España. A lo lejos, en el cielo, se podían vislumbrar algunas de las palomas que años atrás me habían atacado y arrancado el corazón de un susto. Observando cada detalle de la arquitectura de la plaza, me topé con el lago que le rodea e, inclinándome un poco, mi reflejo se pintó sobre él.

Ese día, perdí una parte de mí, en ese denso espejo azul, esa parte que había empezado a darle más importancia a cómo me veía que a cómo me sentía. Esa voz que había empezado a atacar mi cuerpo, en vez de contraatacar a la cultura que le hacía menos y le oprimía. Sevilla fue esa amiga que me ayudó a sanar muchas de mis heridas, que me impulsó a ver a la musa que el ruido externo había ido enterrado en mí. Perdí, pero gané una gran paz interior que, hoy, no cambiaría por nada.

Hace algunas semanas, capté que las palomas son, en occidente, un símbolo de paz. Por esto, decidí compartir mi historia, porque, hoy más que nunca, estoy convencida de que la vida siempre nos manda señales. Solo nos queda aprender a identificarlas y decidir qué hacer con ellas.

Escribo esto con una sonrisa en pie, ya no le tengo rencor a las palomas. Aprendí que lo que realmente pesa es lo que sentimos y nos decimos cuando nos vemos a los ojos. Que a lo que deberíamos aspirar es a reconocer nuestra humanidad, para saber que no debemos cumplir ciertos requisitos para empezar a ser valiosos. Que debemos dejar de cortar nuestras propias alas y darnos cuenta de que ya tenemos todo para emprender el vuelo, solo debemos abrir los ojos y empezar a volar.

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