8 de julio de 2024

Ser rostro de Jesús para otros

La Iglesia nos regala el Calendario Litúrgico, que es el tiempo para relacionarnos con Dios, durante el año. Se divide en cuatro tiempos: Adviento-Navidad, Cuaresma-Pascua y, entre ellos, vivimos lo que llamamos, Tiempo Ordinario.

Ahora que estamos en el “tiempo ordinario”, podemos hacer estas preguntas: ¿cómo estamos viviendo nuestra fe? ¿Realmente nos relacionamos cotidianamente con Dios? ¿Diariamente lo alabamos y le damos gracias por todas las bendiciones que nos otorga?

Pero, más que nada, reflexionemos sobre si nos estamos responsabilizando por crecer espiritualmente cada día. Una de las formas es leyendo, orando y contemplando la Palabra de Dios. Es, en los Evangelios, donde encontramos “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn.14,6). Las Escrituras nos acercan a la figura de Jesús para imitarlo y, ahí, encontramos las pistas para ser el rostro de Jesús para otros.

Antes que nada, amar a Dios y, desde Él, amar al hermano. “Amarás a Dios sobre todas las cosas y, a tu prójimo, como a ti mismo” (Mc.12,29-31). Amar a todos, desde Dios, implica salir de nosotros mismos, capacitarnos en la sencillez y humildad. Amar es entregarse al otro; amarlo, aunque no me ame; perdonarlo, aunque no me pida perdón.

Inclusive, amar primero, adelantarse, ser los primeros en demostrar generosidad, paciencia, compasión, tolerancia. “Nosotros amamos, porque Dios nos amó primero” (1Jn.4,19). Meternos en la piel del otro, ser empáticos.

Amar es un verbo. El amor se demuestra con hechos, con obras de caridad, con sacrificios, dando la vida por los demás, ser capaces de dejar lo nuestro, para ir al encuentro del hermano y atender sus necesidades.

Pero, sobre todas las cosas, haz todo por Jesús. Si te levantas, te bañas y comes, da gracias a Dios, no lo des por hecho. Si tienes la oportunidad de ir de compras y de viaje, alaba y bendice por tanto que te da.

Y, por último, Jesús nos invita a ser corredentores con Él, “quien quiera que tome su cruz y me siga”. Tomar la cruz y seguir a Jesús significa vivir ofreciendo a Dios toda nuestra vida, alegrías y bendiciones, dolor y sufrimiento.

Como decía Conchita Cabrera de Armida, vivir “dando amor en el dolor y haciendo del dolor puro amor”. Para gloria de Dios y salvación del mundo. Amén.

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