5 de julio de 2024

Querido Misionero del Espíritu Santo

Te escribo esta carta, así, en público, para que el agradecimiento que te quiero expresar sea a la vista de todos. Y la empiezo con una frase muy sencilla: ¡muchas gracias por tu hermosa vocación! Esa vocación que tanto bien ha hecho en mí y, estoy seguro, en muchas otras personas. 

Gracias por haberme ayudado estos meses a encontrarme con un Cristo más vivo, más compasivo… más humano. Sabes que no pasé por un proceso de conversión para entrar en la Iglesia, pero que, dentro de la Iglesia, mi caminar ha sido tan cambiante que puede compararse con una conversión. En este peregrinar, pasé de la rigidez a la ternura, de las máscaras a la autenticidad, del extremo temor al castigo, al manso pastizal de la misericordia.  

Y he de admitir que ese caminar no lo hubiera podido andar (ni podría seguirlo andando) sin tu acompañamiento. Verdaderamente, he descubierto que este hombre de fuego que decidió dar su sí al Señor, como M.Sp.S. cumple con lo que pregona: humanidad, fraternidad y solidaridad. En ti, he podido encontrar a ese Cristo, sacerdote y víctima, capaz de dar la vida por los suyos y de trabajar en la construcción de ese Reino que ya habita en nosotros.  

Querido Misionero del Espíritu Santo, sigue siendo eso que eres, porque, así, prenderás fuego al mundo y serás partícipe de ese nuevo Pentecostés que Jesús le prometió a la Beata Conchita. Estoy seguro de que, desde el cielo, tanto Conchita como Félix han de voltear a la tierra, sabiendo que su encuentro, de aquel 4 de febrero, ha sido muy fecundo, tal vez no en cantidad, pero sí en calidad. Por favor, sigue aprendiendo a amar, porque así es la única forma en la que puedes ayudar al pueblo de Dios a aprender del amor.  

Gracias, Pancho, Pablo, Rogelio, Roberto, Luis, Raúl, Gustavo, Eugenio, Gildo, Salvador, Allan, Víctor, Fernando, José Bartolo, Samuel, Lalo, Agustín y a todos aquellos que me han acompañado, me siguen acompañando y me acompañarán en este caminar.  

Querido Misionero del Espíritu Santo, cuenta con que, cada que te vayas a dormir, habrá alguien que desde el fondo de su corazón gritará aquello que nuestra madre Conchita exclamó el día del nacimiento de las Obras de la Cruz: “¡Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos, sálvalos!” Y, para salvarlos, cuenta conmigo, cuenta con nosotros… 

Atentamente, 

Eugenio Valle Ruiz 

Joven católico laico 

Deja un comentario