20 de septiembre de 2024

¿Un padre, a toda madre?

Soy viudo, desde hace seis años. Cuando mi esposa murió, su pérdida me causó un gran dolor y, al enfrentarme con mis hijas para darles la mala noticia, el dolor se hizo aún mayor. El saberlas sin su madre me cimbró hasta el alma y asumí que, a partir de ese momento, yo debería convertirme en padre y madre a la vez.

Cuán equivocado estuve por tanto tiempo. Dios, con su inmensa sabiduría, dio a cada miembro de la familia un rol específico, de acuerdo con su género, y el de ser padre o madre no es intercambiable.

Me tomó tiempo aprender, pero lo he logrado y siento que eso me ha permitido ser un mejor papá para mis hijas. Es verdad que el hecho de que mis hijas ya eran adultas, cuando quedaron huérfanas, me facilitó algunas cosas; pero mi necesidad, porque ahora sé que era más mía que de ellas, de pretender cubrirles esa parte afectiva maternal me hizo querer pensar y actuar como, suponía, lo hubiese hecho su madre en episodios tan importantes de sus vidas como lo fue en la boda de la primera de ellas y la llegada de su hijo (mi primer nieto); la independencia del hogar en la segunda o una decepción amorosa en la tercera.

Ya podrán imaginarse lo complejo que era eso, pues mi cerebro, estructurado como hombre, me hacía pensar como hombre, tratando de luchar, en vano, contra el deseo de procurar ser maternal, hasta que terminé por aceptar que yo nunca podré ocupar el lugar de su madre. Sin embargo, como su padre, podría compensar esa ausencia actuando con mucho amor, siendo más empático y disfrutando plenamente mi paternidad.

Hoy por hoy, sé que no soy un padre perfecto, pero estoy orgulloso de lo que he logrado. Ver realizadas a cada una de mis hijas, convertidas en mujeres fuertes y triunfadoras, cariñosas, cada una a su estilo y personalidad y disfrutando la vida. La ausencia de su mamá sigue y seguirá siendo un espacio vacío, pero con la tranquilidad de que siempre tendrán y podrán contar con un “padre a toda madre”.

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