8 de julio de 2024

Conserva la serenidad en tu alma

Vivimos en una sociedad acelerada y temerosa; en ocasiones nos vemos atrapados por la angustia y la tristeza; hemos desterrado la paz de nuestras relaciones y nuestro corazón. Bien podría decirnos Jesús lo que le dijo a Marta: «tú estás preocupada y molesta por tantas cosas» (10,41).

Conociendo el fogoso temperamento de su hija, Concepción Cabrera le recomienda conservar la serenidad: «Si sufres algún desaire, reprensión o aspereza, sé feliz en tener que ofrecer algo a Dios, y en paz. Conserva siempre serenidad en tu alma; humilde y silenciosa. Imitar a Jesús debe ser tu ideal en la tierra»[1]. En otra ocasión le dice: «hazte muy santa, Teresita, pasando serena por todas las circunstancias de la vida: fue la virtud de María, la serenidad en las grandezas, la serenidad en el dolor»[2].

Su exhortación a la paz la vincula con el seguimiento de Jesucristo, el ejemplo de María y la respuesta a la llamada a la santidad.

Qué incómodo resulta convivir o trabajar con personas ansiosas o atropelladas; qué delicia hacerlo con personas serenas y dueñas de sí. ¿De cuál categoría somos?

En sus palabras de despedida, Jesús les dice a sus discípulos: «La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni se acobarden» (Jn 14,27). Hay una paz que el mundo da; es esa tranquilidad que consiste en huir de las circunstancias difíciles y adversas o de las responsabilidades y trabajos. Por el contrario, la paz que Jesucristo nos da es la serenidad en toda circunstancia: en las grandezas o en el dolor, cuando nos alaban o nos reprenden, cuando se nos acoge o se nos hace un desaire.

«Conque paz, calma, serenidad, igualdad –le dice esta creyente a su hija– y dejemos a Dios en libertad, que sin duda hará lo que sea para su mayor gloria. ¿Estamos?»[3]

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[1] Cartas a Teresa de María, México 1989, 317-318.

[2] Carta escrita el 13 octubre 1921, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 341.

[3] Carta escrita el 24 octubre 1921, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 344.

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