1 de julio de 2024

Te amo con todo mi corazón

Mi Señor Jesús, vengo a darte una vez más mi corazón. Todo este mes de junio, en el que honramos tu Sagrado Corazón, acostumbramos a decir, cuando la ocasión lo amerita, te amo con todo mi corazón.

El Evangelio de hoy es entrañable (Mc 38-44): por una parte, nos pides cuidarnos de las apariencias; y, por otra, me conmueve tu admiración cuando viste a aquella pobre viuda que dio dos moneditas para el templo, dijiste que ella había dado más que todos porque, sin ostentación, con humildad y confianza, había dado todo cuanto tenía para vivir.

Así sucede con frecuencia, mi querido Señor Jesús, son los que menos tienen los que más dan frente a alguna necesidad, a quienes lo han perdido todo. Tú mismo insistes en el “dar todo” y lo aplicas a tu misma vida, al momento que vives en rescate de todos: muriendo en la cruz y resucitando, nos has dado toda tu vida para lograr nuestra salvación. Gracias, mi Jesús, por tu generosa entrega.

Y nos pides lo mismo a los que nos has llamado para ser tus discípulos. Con tu cercanía y misericordia, lo mejor que podemos hacer en nuestra vida es Evangelizar.

Mi querido Señor Jesús, para este mes de junio, voy a intentar transitar por cada uno de los sentimientos de tu corazón. Un corazón herido, traspasado por la lanza de un soldado, que permanece abierto para poder entrar en él, con tu Palabra de cada día y dejándome iluminar por tu Espíritu Santo.

Jesús, tu vida pública fue una continua expresión de tu interés de buen pastor, maestro, hijo, enviado por el Padre para darnos vida en abundancia. Y lo has realizado, mi Jesús, simplemente, con el encuentro con tu palabra, un encuentro de todos los días en el que te vamos conociendo, al mismo tiempo en que vas adentrándote en nuestras vidas.

Jesús, mi Señor y Maestro, mi buen pastor y mi puerta de entrada al ámbito de tu divinidad con tu humanidad que se unen en ti, tanto que ya no es posible distinguirlas. Lo más divino es lo más humano, lo más humano es lo más divino. Así lo expresaba tu apóstol, Pablo, y que a mí me viene muy bien: “Ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí” (G 2, 20).

Estando contigo, mi querido Jesús, hay un momento en que desaparezco y entro en tu corazón, porque me invitas a hacerlo, a amarte desde ahí. Sin ti, mi Jesús, no quiero ni sé vivir; estando contigo, nada temeré, porque Tú, Jesús, estás conmigo. Esa es mi fe, esta es mi oración, esta es mi entrega a mis hermanos en la fe y en la esperanza.

María, Virgen y Madre, tiene que ver en todo esto porque “con Ella, todo; sin Ella, nada”.

Deja un comentario