5 de julio de 2024

El relato de mi conversión

Siempre me había preguntado cómo sería un amor verdadero, me había dedicado 22 años a buscarlo por todos lados. Parecía que el amor verdadero era aquel que se escribía en las estrellas y se gritaba a los cuatro vientos. Pero la realidad es que, entre más me acercaba a tocarlo, a olerlo, a oírlo o a probarlo, más me alejaba de sentirlo. Entre más se completaba la escena de película que mi mente imaginaba, más vacía me sentía. ¿Qué demonios pasaba?

Entre más me acercaba a la meta, más tenía que correr para alcanzarla; dentro del rompecabezas que, en mi mente se llamaba amor, nada parecía encajar. Comencé a sentir miedo. ¿Será que no soy digna de amor? ¿Será que debo esforzarme más para conseguirlo?

Entonces, comenzó “el circo”, me convertí en payaso, actriz, cantante y hasta en domadora de elefantes, nada era suficiente, mi corazón se rompía una y otra vez, cada vez que se repetía, parecía doler más. La siguiente fase fue perderme y perderlo todo. Perdí mi voz, mis amigos, mi familia, mi esencia y hasta mi locura; esa mujer llena de vida ya no existía, la soledad y el silencio parecían una tortura eterna donde, a pesar de querer escalar de nuevo, parecía que jamás iba a salir del subsuelo.  

Sentía que la vida ya no tenía valor, ni sentido, te pedía que te llevarás mi corazón, asegurándote que ahí solo había dolor, rogaba porque ese sufrimiento interminable parara con los gritos que mi alma sollozaba y me preguntaba si podías escucharme pues yo no podía escucharte a ti. El mundo gritaba, trataba de consolarme, pero no era suficiente, mi corazón parecía no comprender; enojada, me metí en él, comencé a gritar y, ahí dentro, entre el eco y el silencio, de rodillas y entre lamentaciones, escuché tu voz:

“Confía en mí- dijo el amor.

¿Confiar en ti?- contesté – yo confiaba en ti, te veía todos los días en su mirada, te escuchaba en su voz, cuando reía, y te sentía dentro de mí, cuando decía mi nombre. Yo confiaba en ti y me traicionaste, me rompiste el corazón.

No – contestó enojado – estoy en todo, soy la luz y la oscuridad, soy el sol y la tormenta; si, tienes razón, estaba ahí en su risa, pero también estoy aquí en tu dolor. Soy la razón para todo, soy el único por qué. No trates de vivir sin mí, por favor, no”. Belleza inesperada 2016.

Cuando más débil me sentía, me abrazaste, me tendiste tu mano y, a pesar de que mis piernas no respondían, me ayudaste a levantarme, mis lagrimas comenzaron a secar y, dentro de tus brazos, mi dolor cesó: “Hija mía, hija mía…te he extrañado tanto ¿Por qué ya no habías venido? No supe qué contestar. De repente, sentía que todo se llenaba de paz: “Te he estado esperando, he contado los segundos para tu regreso”.

Comenzamos a caminar y me empezaste a enseñar. Recorrimos cada pedazo de mi corazón roto, pero parecía no doler más, no podía comprenderlo, solamente parecía ya no lastimar más, me sentía en mi hogar. Platicamos un buen rato y las risas comenzaron a brotar. Mamá se ponía feliz al vernos jugar. Me sentía en paz y con tanta felicidad que deseaba quedarme toda la eternidad: “Es hora de marchar”, me dijiste, y preocupada comencé a negar y a llorar. Acariciaste mi cara y me aseguraste que tú, por siempre, ibas a estar cuantas veces quisiera, en oración, siempre nos íbamos a encontrar en compañía de Mamá: “Anda, hija, ve” dijiste cuando marchaba, podía sentir mientras caminaba cómo mi alma se volvía a alegrar, el mundo parecía un terrible lugar pero, tomada de tu mano, sentía cómo el miedo se quedaba atrás y, hoy, en mi felicidad, me atrevo a rogar que todo absolutamente todo me pueda faltar, excepto tu amor y tu paz.

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