5 de julio de 2024

Y, ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

¿Quién es Jesucristo? Esta pregunta ha motivado persecuciones y controversias, así como concilios y definiciones doctrinales, por parte de la Iglesia. Algunas herejías, sobre todo en los primeros siglos del cristianismo, planteaban que Jesús no existía desde siempre; que era un ser sobrenatural creado por Dios (como Hércules, popular en el Imperio Romano); que era puro espíritu y solo murió en apariencia o, por el contrario, que solo fue un hombre iluminado a quien Dios favoreció. En la actualidad, continúan existiendo perspectivas diversas: se habla del Jesús histórico como una figura “más realista”, un revolucionario y defensor de los pobres; o bien, se le compara con otros sabios como Buda o Lao-Tse. 

Nuestro Credo, fruto de los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), define y defiende el entendimiento cristiano de quién es el Señor. Los artículos referentes a Él conforman el corazón del Credo y su parte más larga. En ellos, no se resume su mensaje o sus milagros, sino que se manifiesta nuestra fe en el misterio de la persona de Jesucristo. Esta fe no es un invento de la Iglesia; proviene de lo que Él mismo nos reveló sobre sí mismo y se ha ido esclareciendo, precisamente al confrontar visiones erróneas. 

Entonces, podemos hacernos la pregunta de Jesús a sus apóstoles: ¿Quién dicen que soy yo? En los siguientes números, iremos examinando todo lo que, en el Credo, expresamos sobre Él. Por ahora, observemos que el Credo no lo llama solo Jesús, o solo Cristo, sino Jesucristo. Este nombre proclama que Él es el salvador, el mesías, pero, también, es el Nazareno, el hijo de María. Él es un hombre dentro de la historia de la humanidad y es plenamente Dios, desde antes de los siglos. Con el Credo, respondemos, junto con Pedro, a su pregunta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. 

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