¡Ya es mayo! Y mejor aún… ¡ya es Pascua! Si bien, esta época del año no es de especial alegría para el mundo en general (como lo puede ser la Navidad), sí lo debe ser para el creyente en Cristo, incluso más aún que la época decembrina. Tanto es así, que litúrgicamente ambas fiestas no duran solamente un día, sino una semana completa, en lo que se conoce como “octava”. Pero ésta sigue siendo una fiesta tan importante, que el tiempo litúrgico de la Pascua se extiende por 50 días, hasta el domingo de Pentecostés, que este año caerá en 5 de junio.
¿Y qué es la Pascua? Podríamos responder desde muchos ámbitos: es el día de la Resurrección de Jesús, es el tiempo en el que el padre se viste de blanco en misa, es la segunda semana de vacaciones de la escuela… Y todo eso es cierto, pero a mí en lo personal me gustaría decir que este tiempo es “la razón de nuestra alegría” (o al menos una de las razones, la más importante, porque como cristianos tenemos muchas razones para estar alegres).
Razón de nuestra alegría, porque la alegría solamente se puede dar en un contexto de libertad personal y espiritual, en la que, aunque las circunstancias externas nos pudieran parecer opresoras, internamente tenemos capacidad de autodeterminarnos; y mejor aún, luchar para que esas circunstancias externas también sean modificadas para reflejar nuestra libertad interna. Es esta libertad alegre la que nos capacita para «construir el Reino», un reino de paz y armonía entre Dios y la humanidad, pero también entre todos los hombres y mujeres, como hijos e hijas de un mismo Padre.
Y justo con la Resurrección de Jesucristo, se nos regaló la capacidad para esa búsqueda y construcción constante del «Reino que ya está dentro de nosotros» (Lc 17, 21). Con Cristo, fuimos reacoplados plenamente en la filiación con Dios Padre. Jesús nos quitó de nuestros hombros la condena definitiva del pecado, y nos regaló de nuevo la capacidad de elegir, para que, en esa libertad, decidamos amar, y hacer que este «valle de lágrimas» se vuelva una «premonición del Paraíso» que solo se alcanzará en su plenitud en la visión beatífica de Dios.
Y esto, queridos amigos y amigas, es suficiente para estar alegres. Un motivo, una misión, la «hora de nuestra liberación», todo eso nos trajo Cristo con su victoria ante la muerte, junto con la garantía de que esa hora del fin de la vida biológica no es el final de la vida. ¡Ánimo firme! ¡Que viva la Cruz y la Resurrección!