5 de julio de 2024

Encuentros con Jesús

Durante el Año Litúrgico, la Iglesia, nos regala espacios para encontrarnos con Jesús: En diciembre, nos encontramos con Jesús Encarnado, Dios hecho Hombre, al que le decimos: “Ven, Señor Jesús”. Encontrarnos con “Jesús Pesebre”, nos hace abrirnos a la gran experiencia de vivir bajo las alas del Altísimo (Sal.91).

En Semana Santa, nos encontramos con el Siervo Doliente: “Despreciable, un Don Nadie. Y, de hecho, cargó con nuestros males y soportó nuestras dolencias. Fue oprimido y humillado, pero Él no abrió la boca. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará su vida”. (Is.53,3.5.10). Encontrarnos con “Jesús Doliente”, nos debe abrir la conciencia de que Él ya nos grangeó la salvación y nosotros tenemos que abrir los brazos para recibirla.

El Domingo de Resurrección, nos encontramos con “Jesús Resucitado”, primicia de nuestra futura gloria. El encuentro con “Jesús Resucitado”, nos da la esperanza de la vida eterna. “…Asustadas, inclinaron el rostro a tierra; pero ellos les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. (Lc.24,5-6).

Para encontrarnos con Dios, debemos levantar la mirada al cielo para contemplar su gloria y cantar sus maravillas. Levantar la mirada es la imagen de humildad, ante la necesidad del hombre por caminar por el sendero del amor, que es Dios. Levantar la mirada, para permanecer vivos por siempre, junto a nuestro ¡Salvador!

Pensando en que somos hijos de un ¡Dios Vivo! y que, estamos llamados a comportarnos como tal, debemos ser fieles a nuestra fe. Si somos hijos del Santo de los santos, nuestra vida debe encaminarse para dar frutos de santidad: “El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto”. Jn.15,5

Ahora bien, “Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también, con Él, glorificados” (Rm.8,17). Esta es una gran promesa de Dios, de que nos está esperando con los brazos abiertos en la vida eterna.

“La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto”. (Jn.15,8).

Pidamos al Espíritu Santo, nos conceda tomar conciencia del gran regalo de la vida eterna, para vivir realmente como verdaderos hijos de Dios: amando en todo, a todos. Amén.

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