5 de julio de 2024

¡Jesús, el crucificado, ha resucitado!

Hoy resuena en cada lugar del mundo el anuncio de la Iglesia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado, como había dicho. Aleluya”, expresa el Papa Francisco. 

La pandemia, la grave crisis social y económica, los conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan. Este es el escándalo de hoy. 

Ante esto, la Pascua es un acontecimiento que nos da esperanza: Jesús, un hombre de carne y hueso, fue crucificado por haber dicho que era el Hijo de Dios, resucitó al tercer día según las Escrituras y tal como Él mismo había anunciado a sus discípulos. 

Dios Padre resucitó a su Hijo pues cumplió plenamente su voluntad: asumió nuestra debilidad, nuestras dolencias, nuestra misma muerte; sufrió nuestros dolores, llevó el peso de nuestras iniquidades. Por eso, Jesucristo vive para siempre, y Él es el Señor.  

Cristo resucitado es esperanza y consuelo para todos los que aún sufren a causa de la pandemia y, para combatirla, las vacunas son esenciales. Es esperanza para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido; para quienes han perdido el trabajo o atraviesan serias dificultades económicas y carecen de una protección social adecuada; para tantos jóvenes que se vieron obligados a pasar largas temporadas sin asistir a la escuela o a la universidad, sin poder compartir el tiempo con los amigos; para los emigrantes que huyen de la guerra y la miseria, en sus rostros reconocemos el rostro desfigurado y sufriente del Señor que camina hacia el Calvario, que no les falte la solidaridad y fraternidad humana, garantía de la victoria de la vida sobre la muerte que celebramos en este día. 

Que la fuerza del Señor resucitado sostenga los esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos, en el respeto de los derechos humanos y la sacralidad de la vida, mediante un diálogo fraterno y constructivo, en un espíritu de reconciliación y solidaridad activa. 

Que el Señor, que es nuestra paz, nos ayude a vencer la mentalidad de la guerra; que todas las restricciones a la libertad de culto y de religión en el mundo, sean eliminadas y que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente. 

En medio de las numerosas dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo (cf. 1 P 2,24). A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz, santa y serena Pascua! 

Deja un comentario