No hay en el evangelio una familia tan distinta y unida. La casa es buena para descansar y amplia para hacer banquetes. Los padres no aparecen por ningún rincón de este evangelio. Dos hermanas muy distintas y un hermano muy ufano. Sería superventas de algún libreto sobre el “más allá” pues volvió, por la acción de Jesús, “al más acá”. Lázaro disfruta de la vida, aunque pesa sobre él una amenaza de muerte. A causa de él muchos se unían a la causa de Jesús. Y dos hermanas, distintas pero complementarias, una plácida y tranquila en la contemplación, arrobo o enamoramiento; la otra activa, inquieta, cuestionadora, práctica y también enamorada. Se ha predicado de Jesús que es algo así como “los intocables”. Él podía tocar enfermos, partir panes, echar las redes para pescar, arreglar trastes de madera. Poco se habla de este evangelio que nos ayudaría a poner los pies en la tierra en cosas del corazón y de la sana relación afectiva.
María, la hermana de Lázaro y Marta, llena de amor y agradecimiento a Jesús, derrocha el perfume para honrarle. Judas, en quien el amor ya no tenía cabida, tiene buen olfato para los negocios, y al oler el perfume adivina su precio. Judas habla de los pobres sin realmente preocuparse por ellos. Preocuparse por los pobres es amar y compartir. A menudo hablamos como Judas de dar a los pobres; pero, antes de dar, el Señor nos pide amar. Amar al pobre es anunciarle el llamado que Dios le hace y ayudarle a crecer como persona, superando debilidades y divisiones; es enseñarle a cumplir la misión que Dios le confió. El Papa Francisco respondió al comentario, de una persona que expresó que era un comunista porque hablaba mucho de los pobres: “No soy un comunista, lo que sucede es que la pobreza se encuentra en el centro del mensaje del evangelio”.
La compasión de Jesús con los pobres la encontramos en los otros evangelios, especialmente en Lucas. Los judíos al ver que Jesús es fuente de vida y aviva las multitudes, sólo piensan en darle muerte, y con Él a su amigo Lázaro. Es bonito amar, pero es más bonito dejarse amar. Si amar nos realiza, al dejarnos amar hacemos posible que el otro se realice. Dios es amor, ciertamente, pero sobre todo Dios es aquel que se deja amar. Así lo hizo Jesús.
María tomó una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso. Ungió los pies de Jesús y se los enjugó con su cabellera. Si imaginamos la escena, sin prejuicios puritanos, se trata de una expresión de amor a la que Jesús mismo le va a dar una interpretación especial: “me está ungiendo adelantando el día de mi sepultura”.
Toda la creación anhela la plena manifestación de los hijos de Dios, dirá san Pablo, y la plena manifestación de toda la creación es “conocerse a sí misma y saber para qué fue hecha, que no es otra cosa que para el amor”.
Teilhard de Chardin dice: “Impulsados por el amor, los fragmentos del mundo se buscan mutuamente de manera que el mundo puede llegar a ser. Las grandes verdades se sienten antes de expresarse. No hay nada valioso, salvo la parte de ti que se encuentra en otras personas y la parte de los demás que está en ti”.
Lo mejor de María estaba en Jesús, lo mejor de Jesús está en todos nosotros porque nos dejamos amar por él. Por lo mismo, eso del “mandamiento nuevo les doy que se amen unos a otros”, es sobre todo la declaración de una ley de la creación, como la ley de la gravedad. Y esta escena de Jesús con su familia de Betania es maravillosa expresión de amor y de creación nueva.