15 de enero de 2025

Creo en un solo Dios

Un escriba le preguntó a Jesús cuál era el primero de los mandamientos. Jesús respondió: “El primer mandamiento es: Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.” (Mc. 12:28-30). Quienes seguimos a Jesús refrendamos este mandamiento, cuando decimos: “Creo en un solo Dios”. 

Para el pueblo judío, no fue sencillo llegar a entender que solo existe un único Dios. Ellos convivían con pueblos que adoraban a otras deidades, como Baal o Moloch. Por eso, era natural que, al encontrarse con Dios en la zarza ardiente, Moisés le preguntara con qué nombre lo daría a conocer. La respuesta de Dios nos ayuda a entender esta verdad básica de nuestra fe. 

Al decir “Yo Soy el que Soy”, Dios nos revela que no es un ser, con características divinas como otras deidades. Más bien, Dios es ser. Es el origen y la causa (el creador) de todo lo que existe; es la existencia misma—ipsum esse subsistens, en palabras de Santo Tomás de Aquino. La esencia de toda existencia, de lo que significa ser, solo puede ser una. Entonces, no es que, de todos los posibles seres supremos que puedan existir, solo creamos en uno (como decir que solo existe un superhéroe). Es que Dios está en un plano más fundamental; en verdad, Él es el plano fundamental. 

La segunda parte del mandamiento — “Amarás al Señor, tu Dios…”- no queda fuera de nuestra reflexión. Por el contrario, decir “Creo en un solo Dios” es declarar que solo lo amaremos a Él. Renunciamos a otros dioses, a otras religiones y creencias (incluyendo los astros, las energías, los amuletos…) y a las falsas promesas del mundo, porque Él es el Señor. Él es el sentido y la plenitud de nuestra existencia y sólo Él basta. 

 Decir “Creo en un solo Dios” es elegirlo como el centro de nuestra vida, como fuente de toda verdadera felicidad. 

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