5 de julio de 2024

El compromiso

Recientemente, mi hija y su novio se comprometieron en matrimonio. Esta gran noticia nos llena de alegría a ambas familias. Nos unimos para felicitarles y, en algunos casos, darles consejos, sugerencias y apoyo.

Los veo entusiasmados con los preparativos, preocupados con las cuentas, tomando decisiones para optimizar su presupuesto, para decidir qué es negociable y qué no lo es; priorizando, proponiendo, discutiendo y disfrutando el inicio de este plan de vida juntos.

No puedo evitar recordarme en esta situación. Fue el día más feliz de mi vida: esa entrada en la iglesia, donde estuvieron todas esas personas tan importantes y amadas, cada una con su mirada llena de amor hacia mi… una experiencia única.

Últimamente, hago constantes analogías en mi mente; trato de ser prudente y solo participar como escucha o dar mi opinión cuando me la piden; me mantengo en la posición que, desde hoy, me corresponde, poniéndome a su disposición, en la medida de lo posible, sin invadir, sin imponer.

Uno de estos recuerdos fue el día en que fui a mi parroquia, con el tema de las amonestaciones; el párroco platicó con cada uno por separado. En algún momento, me preguntó ¿cuál es el objetivo del matrimonio? ¿para qué te casas? La respuesta no fluyó de manera inmediata y me hizo reflexionar; contesté todas las razones por las que quería unirme al amor de mi vida; de qué manera pretendía que nuestra vida juntos estuviera llena de felicidad y de amor; que compartiríamos los buenos y malos momentos y caminaríamos juntos hasta el resto de nuestros días. El sacerdote, finalmente, me dijo que el fin del matrimonio era el de formar una familia, un compromiso en el que Dios y nuestros invitados serían nuestros testigos. Me quedé muda. Yo solo pensaba en la pareja, en el amor romántico; no había pensado aún en que Dios debería seguir siendo nuestro centro.

Hoy, que veo a mis hijos tan ilusionados, pues ambos son mis hijos, como consejo les digo que, ahora que han elegido formar una familia, vendrán pruebas y sinsabores, que habrá, seguramente, momentos difíciles… Pero que Dios debe ser el centro de su matrimonio. Si tienen a Dios en su corazón, todas sus acciones serán encaminadas al amor y será el eje de su vida en familia.

Sé que suena hermoso, pero realmente es difícil lograrlo. Se debe trabajar, día a día, pues, en cualquier momento, se puede derrumbar, si no tenemos constancia, voluntad, paciencia, templanza, fuerza interior y un trabajo espiritual constante. Es un trabajo de dos, siempre lo será…

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