por Todo el significado del credo se puede encapsular en estas palabras: creo en Dios. La fe cristiana se basa en esta verdad fundamental y radical. Conviene reflexionar en lo que significan estas dos palabras que, a decir verdad, se dan sentido una a la otra en nuestra fe. Como veremos, en última instancia, solo podemos creer en Dios.
Primeramente, la idea de creer tiene que ver con una actitud de humildad hacia la verdad. La fe no es una explicación de la existencia humana o una teoría sobre el mundo, sino, precisamente, el reconocimiento de que toda teoría o explicación se queda corta—o sea, que la verdad nos sobrepasa. La realidad no termina con lo que puedo ver o tocar, o comprobar por mis propios medios. Entonces, creer indica que reconozco mis limitaciones ante el gran misterio de la existencia, mi pequeñez ante la grandeza de la verdad.
Por lo tanto, esta verdad tiene que manifestarse a nosotros. Creer es enfrentarse con una verdad que se nos revela, que nos encuentra en nuestra condición humana. Así pues, esta verdad no es algo (el universo, los astros, la energía), sino alguien. Es, así, que creemos en Dios. Él es la verdad última que fundamenta y explica todo cuanto existe y que, por voluntad propia (por amor), nos ha hecho capaces de Él y nos ha revelado algo de su inefable realidad. La revelación de Dios a los hombres alcanza su plenitud en Jesús, una persona humana como nosotros, pero también plenamente Dios.
Entonces, no creemos en ideas, en fuerzas sobrenaturales o en un conjunto de reglas. El fundamento de nuestra fe no son las doctrinas o tradiciones. Sin la certeza de Dios, todas ellas son irrelevantes. El centro de nuestra fe es Dios y es por eso que decimos creo, en singular: porque, a Dios, no se le entiende, sino que se le conoce, de persona a persona. Para terminar, en palabras de San Pablo, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.” (1 Tim. 2:4). O sea, conocer a Dios, que es la verdad, es la salvación.
