8 de julio de 2024

La fe crece

En Nazaret, María y José se alimentan de la fe. Conviviendo día a día con Jesús, cuya existencia discurre por los cauces corrientes de todos sus contemporáneos, no ven, en Él, ningún portento que venga a confirmar los mensajes recibidos antes de su nacimiento.

¡La fe crece y crece en la medida que nos adentramos en la historia de tu vida! Tus santos papás te cuidaron y admiraron tu paulatino crecimiento “en sabiduría, gracia, estatura delante de Dios y de los hombres y el favor de Dios descansaba sobre Él” (Cfr. Lc 2, 40).

Y me asomo al Evangelio, en donde san Lucas nos cuenta, con lujo de detalles, la misericordiosa actitud de tu Padre Celestial, en la parábola del hijo pródigo. ¡Cuánta oración, mi Jesús, hay detrás de las tres parábolas de la misericordia: el pastor, que busca la oveja perdida; la mujer, que se afana en encontrar su moneda extraviada y esta del hijo que “había muerto y ahora vuelve a la vida, retornando a los brazos de su padre!”. ¡Cuánto adentrarte en las fibras más delicadas de su corazón paternal – maternal y trasmitirnos esos sentimientos misericordiosos!

Tú, tomas nuestro lugar, te identificas con el hijo pródigo y recibes el abrazo entrañable del Padre y, así, nos lo comunicas para nuestra vida en la fe, la confianza, la gratitud, la conversión personal.

Y eres compasivo, como dice el Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”. “Me levantaré e iré a la casa de mi padre y le diré: padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de que me trates como uno de tus trabajadores…” (Lc 15, 11-32). La sorpresa fue enorme: su papá corrió, lo abrazó y besó, le restituyó su calidad de hijo e hizo una hermosa fiesta. Estas palabras seguramente desconcertaron a los que te criticaban, porque andabas con pecadores y gente de mal vivir. No te quedaste ahí, fluyeron de tu corazón todos tus sentimientos sacerdotales, misericordiosos y compasivos.

Mi querido Señor Jesús, me dejo abrazar por Ti, donde me siento amado, aceptado, valorado, pertenecido, incluido en todos aquellos que deciden levantarse y volver a la casa paterna.

Tengo muy cercanos, Jesús, a tus santos papás, que nos acompañan, como te acompañaron a ti y nos ayudan a vivir en la fe, como cuidaron y admiraron tu paulatino crecimiento.

Y me asomo al Evangelio, en donde san Lucas nos cuenta, con lujo de detalles, la misericordiosa actitud de tu Padre Celestial, en la parábola del hijo pródigo. ¡Cuánta oración, mi Jesús, hay detrás de las tres parábolas de la misericordia: el pastor, que busca la oveja perdida; la mujer, que se afana en encontrar su moneda extraviada y esta del hijo que “había muerto y ahora vuelve a la vida, retornando a los brazos de su padre!”. ¡Cuánto adentrarte en las fibras más delicadas de su corazón paternal – maternal y trasmitirnos esos sentimientos misericordiosos!

Tú, tomas nuestro lugar, te identificas con el hijo pródigo y recibes el abrazo entrañable del Padre y, así, nos lo comunicas para nuestra vida en la fe, la confianza, la gratitud, la conversión personal.

Y eres compasivo, como dice el Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”. “Me levantaré e iré a la casa de mi padre y le diré: padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de que me trates como uno de tus trabajadores…” (Lc 15, 11-32). La sorpresa fue enorme: su papá corrió, lo abrazó y besó, le restituyó su calidad de hijo e hizo una hermosa fiesta. Estas palabras seguramente desconcertaron a los que te criticaban, porque andabas con pecadores y gente de mal vivir. No te quedaste ahí, fluyeron de tu corazón todos tus sentimientos sacerdotales, misericordiosos y compasivos.

Mi querido Señor Jesús, me dejo abrazar por Ti, donde me siento amado, aceptado, valorado, pertenecido, incluido en todos aquellos que deciden levantarse y volver a la casa paterna.

Tengo muy cercanos, Jesús, a tus santos papás, que nos acompañan, como te acompañaron a ti y nos ayudan a vivir en la fe, como cuidaron y admiraron tu paulatino crecimiento.

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