Contemplar, en silencio. Asombrarse, agradecer y bendecir, tres ejercicios…
Recordar …
Momentos y escenas, heridas y dones. ¡Tantos rostros habitando y tantas historias formando esta historia!
Siempre a Dios, el de la iniciativa, la fidelidad amorosa y el amor incondicional.
Momentos de conciencia, breves y trascendentes.
A las personas que han estado y a las que están; las huellas que han dejado y han quedado. Soy historia de vínculos.
El bien que he hecho y lo que he podido hacer bien; los errores y torpezas muchas; la dedicación y la pasión.
Reconocer …
El aquí, el ahora, la presencia.
Conmigo y a mí, con Él, Dios en mí y, yo, en Él.
Con amor a mi madre, que habita en Dios amorosamente y en mí; a mí hermano, que amo y bendigo; reconozco a la familia que recibo y a quienes llamo amigos.
En los vínculos y en cada encuentro, cada palabra, cada tacto y contacto; en la fuerza y la debilidad, libre y suficiente hoy.
Renovar …
¿Qué renuevo hacia adelante?
¿La pobreza? Mis esfuerzos de desprenderme y desapegarme. El don dolorosamente liberador de no poseer ni poder retener; poco a poco, recibir con gratitud y gozo lo que necesito, compartir con cariño
¿La obediencia? Con las rebeldías egóicas y mis desidias ascéticas; sé quién soy, de quién soy y para quién soy. Libre para darme y perderme, poco a poco, por amor.
¿La castidad? El cariño que aprende a hacerse amor, el abrazo y la ternura, la fuerza y la exigencia. Muchas veces, eros y, muchas, ágape. No contenerme por miedo, darme y amar.
Y, así, recordando, reconociendo y renovando, respirar hondo y decir con fuerza: «¡Aquí estoy!