Es tradición, en México, que la noche de fin de año tengamos un pergamino bastante largo de propósitos para el año nuevo: unos banales, como bajar de peso; otros, que nos ayudan a ejercitar la voluntad, como hacer ejercicio; algunos, para mejorar la calidad de vida, como dejar de fumar, etc… Pero la realidad es que “se van quedando en el tintero” ya que, antes de que termine enero, hemos claudicado en la mayoría de ellos.
Este tipo de tradiciones no está mal, ya que los propósitos nos invitan a un tiempo de reflexión, de cómo vivimos y cómo queremos mejorar, y eso es bueno. Entonces ¿por qué nos rendimos tan pronto? Quizás, es porque estas intenciones son más bien externas y lo extrínseco es perecedero, pasajero, caduco. Lo que realmente nos haría felices son aquellos objetivos que nos lleven a un viaje en el interior de nuestra conciencia, para ir, poco a poco, configurando nuestra vida, con nuestro Creador.
Hacer la Voluntad del Padre es lo que nos lleva a la plenitud humana, que es el amor.
¿Cuál es la ley de los cristianos? Los cristianos vemos la voluntad de Dios en la Supremacía de la Ley de Jesús: primero, en el Antiguo Testamento, releído a la luz de Jesús; segundo, en los Diez Mandamientos;tercero, enel mandamiento propio de Jesús: “Amaos los unos a los otros; que, como yo os he amado, así, os améis también entre vosotros” (Jn.13,34).Y el Señor nos advierte en su palabra: “Esmérate en practicar los mandamientos y serás feliz” (Dt.6,3). Dios quiere grabar en el corazón del hombre su ley, para que realmente sea pleno y feliz. (Jr.31,33).
Por el Bautismo, llevamos al Espíritu Santo en nuestro interior, que nos inclina a guardar la ley de Dios. Si cumplimos la voluntad de Dios es porque el Espíritu Santo está dentro de nosotros, si no la cumplimos es porque nos oponemos a la moción del Espíritu Santo en nosotros.
Pidamos, al Espíritu Santo, derrame su gracia y grabe, en nuestros corazones, un deseo vivo de seguir a Jesús, para que podamos llegar a la cima de la perfección y de la santidad y gocemos un día de su eterna presencia. Amén.