Dentro de las celebraciones de la Epifanía, se encuentra este primer momento de actividad Evangelizadora en Jesús. Se trata de una manifestación que hace el mismo Padre Dios y que marca el punto de partida de lo que llamamos la vida pública de Jesús, “la fiesta oficial de la presentación de Jesús en sociedad”. Así nos lo narran los Evangelios:
“Juan predicaba diciendo: ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle las correas de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo. Por esos días, vino Jesús, desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, descendía sobre Él. Se oyó, entonces, una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias” (Mc 1, 7-11).
Jesús y Juan el Bautista, el parentesco ha quedado lejos; el proyecto del Padre los ha unido en una misma experiencia vivificadora por el Espíritu que se está estrenando con el Mesías y con el Profeta del Mesías.
¿Y Juan el Bautista? ¿Cómo que terminó su misión? Tenía que terminar, porque ya era hora de que llegara el que viene a llevar todo a la salvación, el que une, como nada ni nadie, el cielo con la tierra.
Jesús aprenderá, de Juan, que el más pequeño es el más grande en el Reino de los cielos; Juan aprenderá, de Jesús, que conviene obrar siempre en toda justicia
Jesús es promesa cumplida, avance del Reino, adelanto de la vida plena, patrimonio de la humanidad, no debemos anhelar ni esperar a nadie más.
¿Y nosotros? Nosotros hemos sido bautizados en el proyecto de Dios, para hacer siempre, y en todo, su voluntad; ungidos por el Espíritu, también escuchamos la voz amorosa inconfundible del Padre: “Este es mi hijo, esta es mi hija muy amada”.
Nosotros, al ser bautizados como Jesús, en el Espíritu Santo, aprendemos de Juan que conviene que Jesús vaya creciendo y nosotros disminuyendo, hasta que Él sea todo en nosotros, hasta que podamos decir: “Ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mi”.
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Hoy, por ser 10 de enero, recordamos al querido padre Félix, en su paso definitivo a la casa del Padre. Él que vivió “bajo la mirada amorosa de Padre”, seguramente, escuchará: “Pasa, hijo mío, Félix, muy amado, mi predilecto, pasa al gozo de tu Señor”
Vivió el P. Félix fiel en el seguimiento de Jesús, que lo fue llevando a recorrer todas las aventuras de la fe y del servicio al Evangelio. Apasionado, entusiasta, generoso, como religioso y sacerdote; como fundador de congregaciones religiosas, director espiritual, promotor de servicios sociales. Todo de Dios y todo de los hombres.
En el bautismo de Jesús, como ya lo dije, hay una manifestación Trinitaria. Así fue la persona del P. Félix: amó al Padre, con ternura de Hijo; siguió a Jesús, con pasión de cruz, se dejó llevar por el Espíritu Santo, con docilidad y generosidad.
Se puso bajo la protección maternal de María, de la que dijo: “Con Ella, todo, sin Ella, nada”. Esta frase la dijo, el 10 de enero, un día como hoy, pero de 1938
Un día, será oficial para toda la Iglesia lo que, para nosotros, es desde hace mucho: san Félix de Jesús. Vivir el bautismo de Jesús, como el P. Félix. Nos proponemos “ser caminantes en la fe con el P. Félix”. Así emprendemos la vida de nuestra fe y la fe en nuestra vida. Amén