Dios se manifiesta a cada uno de nosotros, todos, de una u otra manera. A nosotros, a través del ministerio de la música, nos permite experimentar Su infinito amor, al bendecirnos y concedernos, cada domingo, poder interpretar melodías y cantar para Él y nada más y nada menos que en su propia casa. Esta oportunidad nos ha permitido sentir auténtica paz y felicidad, al ser Él nuestro centro de fe y confianza.
Nuestra experiencia, al participar en la misa parroquial glorificando a Dios, es hermosa y permanente: Desde el momento en que, con prudente anticipación, leemos las lecturas, el salmo y el Evangelio correspondiente, para decidir con el repertorio adecuado. Es el Espíritu Santo quien nos ilumina en la preparación y ensayo de las alabanzas que habremos de ofrecerle.
Lo mejor se manifiesta al llegar la hora de iniciar la misa pues, ante su presencia, orando y cantando, nos sumamos al sacerdote celebrante, los ministros y la comunidad presente, formando una gran familia unida por la fe y el amor a Cristo resucitado.
Jesús sale a nuestro encuentro cada que lo visitamos y le cantamos, donde quiera que esto ocurra, dándonos una nueva oportunidad de rectificar el camino al llenar nuestra alma de una gran paz, en plena confianza de que Él tiene un designio de amor para cada uno de nosotros.
En nuestro caso, es tiempo ya de comenzar a planear y preparar nuestro repertorio para la espera de Jesús, representada en el Adviento, la misa de Nochebuena y llegar a la celebración de su nacimiento: la Navidad.
Es una gran bendición el ser conscientes, día a día, de que lo mejor en nuestro caminar por la vida es confirmar que, a través de interpretar dignamente nuestra música, el cantar y analizar las letras de las alabanzas, nos ha llevado a sentir en nuestro ser la presencia plena y viva de Dios.
¡Gracias, Padre, por amarnos tanto!