Todos los católicos conocemos la presencia de Juan Diego en las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac.
Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «el que habla con un águila o Águila que habla, era el nombre original de Juan Diego, quien nació en 1474 en Cuahutitlán entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, tenía 57 años cuando La Santísima Virgen María se le apareció en el cerrito del Tepeyac.
Su conversión se dio siendo ya padre de familia y preparándose dentro de la doctrina de los Padres Franciscanos. Recibió, junto a su esposa, el sacramento del bautismo y el del matrimonio. Su compromiso cristiano continuó dentro de la catequesis, viviendo cada eucaristía con gran entrega y amor. Después de la muerte de su esposa, en 1529, permaneció casto hasta su propia muerte.
Juan Diego, indígena mexicano, elegido por la la Virgen María para llevar su mensaje, a quien se le apareció en varias ocasiones para llevar su mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, en diciembre de 1531. Sus palabras las recibimos todos y cada uno de los mexicanos en el corazón, haciendo de nuestra madre Santísima, Reina y Emperatriz de América.
“Juanito, el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en mí confíen”.
Y así es como comienza esta unión y gozo de amor de Dios, entre María Santísima y Juan Diego.
Se dice que después de la última aparición y de quedar impresa la imagen de nuestra Madre Santísima en la tilma de Juan Diego, él decidió irse a vivir cerquita del Tepeyac para poder así venerarla toda su vida.
La fama de Santidad de Juan Diego se fue extendiendo, su ejemplo de vida en la humildad y el servicio ha llegado hasta nuestros días en toda América, Asía y Europa.
Juan Diego ha permanecido desde entonces en los corazones de todos los mexicanos y en un lugar especial dentro de nuestra iglesia.
El 6 de mayo de 1990, en solemne celebración, en nuestra Basílica de Guadalupe, Juan Diego fue beatificado por Juan Pablo II.
En aquellos días sucedió un milagro que la iglesia estudió y aprobó para la causa de canonización de Juan Diego: un joven, José Barragán Silva, de 20 años, deprimido por el constante consumo de drogas alucinógenas, frente a su madre, saltó desde un tercer piso con la intención de suicidarse.
Una ambulancia lo llevo al hospital donde fue desahuciado por sus múltiples fracturas en el cráneo, la espina dorsal y otras partes del cuerpo.
Su madre, Esperanza Silva, recordando que hacia unos días Juan Diego había sido beatificado, oró fervorosamente a él, pidiéndole un milagro de sanación para su hijo.
Cuatro días después, José salió del hospital caminando y con apenas rastro de las heridas causadas por el accidente.
La Santa Sede comprobó este milagro, otorgando a Juan Diego la canonización, no solo por el milagro, sino también por que en vida, Juan Diego ya era considerado santo, dicho esto por el obispo Felipe Tejera García.
El 31 de julio de 2002, Juan Diego fue canonizado por el Papa Juan Pablo II.
Que el ejemplo de entrega de Juan Diego, nuestro Santo mexicano, a María nuestra Santísima Madre, nos inunde cada día más para vivir los dones que El Espíritu Santo nos a dado, en el servicio, entrega y amor a nuestro prójimo.