3 de julio de 2024

Dios no está en el estruendo

Una de las grandes fallas de la sociedad contemporánea es que no sabe estar en silencio. Todo el tiempo, a nuestro alrededor, estamos recibiendo estímulos visuales, auditivos o sensoriales, que nos permitan estar distraídos y mantenernos ocupados en lo exterior.

Todo el tiempo, necesitamos escuchar la canción del momento, ver vídeos sobre lo primero que se nos venga a la mente o estar caminando o moviendo alguna extremidad de nuestro cuerpo.

Algo similar puede pasarnos, a la hora de relacionarnos con Dios y de llevar a cabo nuestra vida espiritual. En misa, necesitamos que el coro esté cantando una alabanza “movida”, o en nuestra oración necesitamos tener música en el celular o algún video con alguna reflexión.

También, puede ocurrir que “perseguimos apariciones” y seguimos a todo aquel que se llame vidente y a estar atentos a lo que transmite, como si fuera un mensaje de Dios.

Por algo similar, pasó el profeta Elías, cuando se exilió al Monte Horeb. Cuenta el Primer libro de Reyes (19, 9-13) que, cuando Elías se encontraba en el desierto, un ángel le mandó salir de la cueva, para encontrarse a Dios, y que pasó un viento fortísimo, un terremoto y un fuego, pero, en ninguno de esos lugares, se encontraba Dios; Elías lo encontró, más bien, en la suave brisa que vino después de todo el estruendo. Y la realidad es que Dios no estaba en el estruendo, no estaba en aquello que turba los sentidos, que no sirve para oír el corazón y la conciencia.

Que a nosotros no nos pase lo mismo y que sepamos diferenciar cuáles situaciones externas nos pueden ayudar a conectar con nuestro interior y cuáles, simplemente, nos estorban y nos distraen.

Busquemos, aunque sea un ratito breve, para estar en silencio, escuchar qué es lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros, no a las grandes masas.

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