29 de abril de 2025

Y tú, ¿quién eres?

Hay cientos de comentarios, muchos de ellos, de fama internacional, centrados en la Palabra de Dios, que yo mismo leo y me hacen mucho bien. Entonces, ¿por qué me empeño en hacer este pobre y sencillo comentario? Supongo que el Espíritu sopla donde quiere y como quiere y no me puedo resistir a su impulso. Si, además, a algún hermano mío, en la fe le ayuda, yo me siento muy feliz de desarrollar este ministerio de la palabra.

Jesús nos pone frente a Él, y frente a nosotros mismos, y nos pregunta ¿quién soy yo para ti? Y me hace recordar aquella tarde, a mis siete años, que experimenté Su presencia al pasar Su brazo sobre los míos, débiles y frágiles, para invitarme a caminar juntos. No fue sueño, ni imaginación, ni invento de mi parte, fue la experiencia que explica toda mi vida.

En ese caminar juntos, han pasado muchas cosas, Él lo sabe. Ahora, en mis muchos años, yo soy el que pongo mis débiles brazos y le pido que me permita seguir con Él lo que falta de camino. Aquí, en este misterioso mundo, objeto de su amor: “todo fue creado por Él y todo tiene su consistencia en Él” (Col 1, 7).

Jesús es el único que se puede adaptar a cada uno, sea quien sea. Esa es su genialidad y esa es nuestra ganancia.

Me cae bien el bueno de Pedro (Marcos 8, 27-35), en el que primero proclama su verdad que el Padre le ha revelado “Tú, eres el Mesías”; luego, expresa lo que sus incomprensiones lo llevan a escuchar, una de las palabras más duras de Jesús. Eso le sucedió por dejarse llevar por un sentimiento fácil del corazón, por la espontaneidad de su percepción y por arriesgarse a hablar. Jesús no quiere lastimar a Pedro, quiere mantener el destino de su vida asumido con amorosa voluntad al Padre.

Con frecuencia, se oye decir a gente muy pagada de sí misma: “yo soy creyente, pero no practicante”. Yo preferiría que dijeran: “Yo soy practicante, aunque no creyente”. Desde luego, la una, sin la otra, no se entiende.  Alguien podría decir: “tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras, te mostraré mi fe” (Sant 2,18).

El Jesús de mis siete años era mío; ahora, a los 80, ya soy todo de Él. Al menos es lo que quisiera y me atrevo a abrir mi corazón y mi vida para decirles: este soy yo, todo volcado en el YO de mi Jesús, que hace lo que quiere y como quiere; el Jesús del Evangelio, de mi historia y de mi vida toda. Amén.

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