3 de julio de 2024

Vida de Santos: San Francisco de Asís

                       

San Francisco de Asís fue nombrado, por San Juan Pablo II, patrono de los animales y del medio ambiente, pues amaba y tenía respeto por todo ser vivo: personas, animales y plantas. Dedicó su vida a ayudar, acompañar y a guiar a todos los seres vivos, en especial, a los animales, a quienes consideraba sus “hermanos menores”.

Al no ser sacerdote, en vez de dar doctrina, practicaba una predicación exhortativa, esto es, incitaba a la conversión y a vivir una vida evangélica; predicaba también con el ejemplo, con su estilo de vida aliada a la pobreza.

El día de hoy celebramos a San Francisco de Asís, y antes de compartirles su vida, les comparto esta preciosa oración:

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz! Que allí donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya error, ponga yo verdad; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto ser consolado como consolar; ser comprendido, como comprender; ser amado, como amar. Porque dando es como se recibe; olvidando, como se encuentra; perdonando, como se es perdonado; muriendo, como se resucita a la vida eterna.  Amén.

Esta oración fue escrita, probablemente, a inicios del siglo XX pero atribuido hasta fines de ese siglo al fraile italiano Francisco de Asís (1182-1226). La Oración por la paz es una oración tradicional que suele relacionarse con san Francisco de Asís. San Juan Pablo II la rezó frente a los representantes de las Iglesias cristianas y las religiones del mundo cuando se reunió con ellos para rezar por la paz en 1986.

Francisco nació en Asís. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante; su madre, Pica, pertenecía a una familia noble; así que vivió en el seno de una familia acomodadas.  Fue bautizado con el nombre de Juan, pero como su padre estaba en Francia cuando él nació, la gente le decía «Francesco» (el francés).

Durante su juventud, era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas; como era muy pudiente gastaba el dinero en abundancia y le gustaba ostentar lo que tenía; le gustaba gozar de la vida, y no le interesaban los negocios de su padre ni los estudios. A pesar de todo esto, era muy generoso con los pobres.

Cuando tenía unos 20 años, estalló la guerra entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue hecho prisionero durante un año soportando esta situación alegremente.

Al recuperar la libertad enfermó muy gravemente y, nuevamente, tuvo que hacer acopio de paciencia, fortaleciendo y madurando su espíritu. Cuando recuperó sus fuerzas, se enroló en el ejército de Galterío y Briena, comprándose una costosa armadura y un hermoso manto.

Cierto día en que paseaba, con su nuevo atuendo, se tropezó con un caballero que había pasado por un gran infortunio y caído en la pobreza. Francisco se compadeció de él e intercambió su lujoso ropaje por el atuendo del hombre. Esa misma noche, en sueños, vio un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía: esas armas les pertenecen a ti y a tus sus soldados.

Francisco se dirigió al frente del combate, pero nunca llegó,  pues nuevamente enfermó y oyó una voz que lo alentaba a «servir al amo y no al siervo». El joven obedeció, volviendo a su antigua vida, aunque con mayor responsabilidad. La gente pensaba que estaba enamorado, él estaba seguro que se casaría con la joven más bella y noble.

Lo que no imaginaba era que, gradualmente, al orar constantemente iría concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Una serie de inspiraciones sobrenaturales le hicieron comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria, sobre los instintos.

Cabalgando por la llanura de Asís, encontró a un leproso, sus llagas lo llenaron de temor; pero a pesar de eso, se le acercó y le dio un beso, movido por el Espíritu Santo. Ese acto cambió su vida pues comprendió que había llegado el momento de entregarse totalmente a Dios.

A partir de este suceso, Francisco acudía a lugares apartados, donde arrepentido y afligido por sus pecados lloraba incesantemente. Un día, mientras rezaba, Jesús Crucificado se le apareció. La pasión del Señor se grabó, de tal manera en su corazón, que cada vez que pensaba en ella, no podía dejar de precipitarse en sollozos y estremecerse.

Desarrolló un espíritu de pobreza, misericordia y humildad. Comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales; regalaba a los pobres sus vestidos o el dinero que llevaba. En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: «Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas». Dirigiéndose a la tienda de su padre, tomó una buena cantidad de mercancía, vendiéndola junto con su caballo, entregó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él.

Esta acción desató la ira de su padre, por lo que llevó a su hijo ante el obispo de Asís para que renunciara formalmente a cualquier herencia. Francisco se despojó de sus vestiduras  y restituyéndoselas a su padre, renunció por amor a Dios a cualquier bien terrenal.

A los veinticinco años, abandonó su ciudad natal y trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; más tarde regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula, pidiendo materiales y ayuda a los transeúntes.

Aquellos años fueron de profunda soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para mendigar con los pobres y compartir su mesa.

Un día, mientras escuchaba la lectura del Evangelio, en la pequeña iglesia de la Porciúncula escuchó una llamada que le indicaba que saliera al mundo a hacer el bien.  Ante esta situación, se convirtió en apóstol; y así, vestido con sólo una túnica ceñida con una cuerda y descalzo, empezó su peregrinar atrayendo a una gran cantidad de almas devotas, que se sumaron a él y a su misión (Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani y otros mas).

Francisco de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. En 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de once compañeros suyos, el Papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida religiosa, concediéndole permiso para predicar y ordenándolo diácono.

Conforme pasaba el tiempo el número de seguidores fue aumentando. Francisco formó  y fundó la orden religiosa de los franciscanos, a la que se integró San Francisco de Padua; junto con Santa Clara, fundó la orden de las Damas Pobres, conocidas como las clarisas; posteriormente creó la orden Tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus obligaciones familiares.

Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.

Francisco trató de ir y evangelizar más allá de las tierras cristianas, pero por diversas circunstancias sus viajes a Siria y Marruecos se vieron frustrados. Entre los año de 1219 y 1220, se dirigió a predicar en Siria y Egipto, y aunque no logró su conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió visitar los Santos Lugares.

A su regreso, recopiló su escrito de la Regla Franciscana, La Regla II, en realidad tercera, aprobada ese mismo año por el Papa, y entregó la dirección de la comunidad a Pedro Cattani. Así, San Francisco pudo dedicarse por entero a la vida contemplativa.

Fue, durante este aislamiento cuando aparecieron en el cuerpo de San Francisco de Asís, los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo), en septiembre de 1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos Tíber y Arno.

Aquejado por la ceguera y otros fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos años en Asís, demostrando siempre su profundo amor a Dios y a la Creación, rodeado del fervor de sus seguidores.

Sus sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol.

Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En 1228, apenas dos años después, fue canonizado por el Papa Gregorio IX, quien colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.

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