29 de junio de 2024

Cristianos de la vida cotidiana

Una de mis preocupaciones, cuando estudiaba y trabajaba, era que no podría encontrar tiempo suficiente para mi vida espiritual. Entre la universidad, las obligaciones laborales, los traslados y el cansancio entre semana, muchas veces creía que mi relación con Dios se reducía a la misa dominical y a las escuetas oraciones de la mañana y de la noche, a las que tampoco les dedicaba mucho tiempo.

Puede que este sea el sentimiento de varios jóvenes, adultos, o mayores, que se sienten desconectados de Dios por las rutinas de la vida cotidiana, en las que, muchas veces, el trabajo es la principal preocupación. Pero, les tengo una buena noticia: ¡Dios no se reduce a las muchas o pocas oraciones que podamos hacer!

Cuando hablamos de un Dios que sale al encuentro del hombre, no solamente en los ritos religiosos, sino en todas las esferas: el trabajo, la pareja, la familia, o la vida social. En ellas, descubrimos oportunidades para encontrarnos con Dios y, por medio de nuestras acciones y actitudes, podemos no solo rendirle culto, sino ser testimonio Evangelizador para otros. San Francisco de Asís tenía una frase que enmarca perfecto esta situación: “Ten cuidado con tu vida, tal vez sea el único Evangelio que algunas personas vayan a leer”.

La beata Conchita Cabrera y el Concilio Vaticano II hablaban de un pueblo sacerdotal y de la misión de los bautizados como sacerdotes, profetas y reyes, refiriéndose al testimonio que podemos dar los cristianos en todos los ámbitos de la vida; de cómo, con nuestro decir o actuar, podíamos volvernos profetas a los que vale la pena seguir por la causa de Jesucristo, o de que podíamos santificar nuestros esfuerzos, si volteábamos a ver a Dios en cada uno de nuestros pensamientos, palabras, y obras.

¿Cómo ser cristianos en la vida cotidiana, sin descuidar nuestras obligaciones diarias? El chiste es que, sin descuidar la asistencia a la liturgia o las oraciones que se pueden hacer a lo largo del día, podamos volver nuestra vida una oración y una misión permanente.

Ofrezcamos nuestros actos a Dios y que sean una ventana para que otras personas puedan ver a Dios en el mundo. Así, podremos glorificar a Dios con nuestra vida y volvernos Evangelizadores en lo cotidiano, profetas de lo ordinario, sacerdotes bautismales de la vida.

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