Jesús, conociendo nuestra fragilidad, necesidades y sentimientos, le confía, a la Beata Conchita, el secreto para llevar con ligereza la cruz de cada día.
Te voy a decir el secreto,
para aligerar
el peso de la cruz;
consiste en tres cosas:
en la caridad con el prójimo,
en el desprecio propio
y en el amor a Dios.
Este secreto consta de:
- Caridad con el prójimo, el amor con el que tratamos a los demás. El amor es lo más importante para Dios. Sin él, todo lo demás se convierte en hechos vacíos y sin sentido. Ya lo dice la regla de oro, “Así, pues, hagan ustedes, con los demás, lo que quieran que los demás hagan con ustedes” Mat. 7,12.
- Amar al otro es tratarlo con respeto, amabilidad, paciencia, con actitud de servicio y sin juzgar; ver, en el otro, al mismo Cristo.
- El desprecio propio. No desestimando o menospreciando nuestra dignidad de hijos de Dios; sino, a imitación de nuestro Señor Jesucristo, asumiendo una genuina actitud cristiana, despojarnos de lo que somos y tenemos, para reconocer que todo, en nuestra vida, es un don de Dios.
- En el amor de Dios, que cada pensamiento y obra realizada la hagamos desde ese amor que es infinito, puro e incondicional, contagiando el amor de Dios a los demás.
Todos estamos viviendo una cruz de diferente tamaño y peso. Es un hecho que hay momentos en los que nos es muy pesada, es, entonces, cuando Jesús nos llama a ir a Él “porque mi yugo es fácil y mi carga ligera”
Que este secreto, de Jesús a Conchita, nos lleve a amar, sobre todo, al prójimo más próximo, que es, a veces, el que más nos cuesta; a impregnar de amor nuestra realidad, desde lo más pequeño hasta lo más grande, para que el amor de Dios, que es el Espíritu Santo, reine en el mundo y la cruz, en nuestra vida, se aligere y traiga abundantes frutos de salvación.