5 de julio de 2024

Perseverar en el amor

El Papa nos invita a perseverar al rezar, una invitación, un mandamiento que nos viene de la Sagrada Escritura.

Francisco nos dice que el itinerario espiritual del Peregrino ruso empieza cuando se encuentra la primera carta de San Pablo, a los Tesalonicenses: “Orad constantemente. En todo, dad gracias” (5,17-18). Se preguntaba cómo es posible rezar sin interrupción, pues nuestra vida está fragmentada en muchos momentos, que no siempre hacen posible la concentración. Así, empieza su búsqueda para descubrir la  oración del corazón, que consiste en repetir con fe: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!” Oración que se adapta al ritmo de la respiración y se extiende durante la jornada. De hecho, la respiración no cesa nunca, ni siquiera mientras dormimos, y la oración es la respiración de la vida.

El corazón en oración, un ardor en la vida cristiana, nunca debe faltar. Es el fuego sagrado, que se custodiaba en los templos antiguos, que ardía sin interrupción y que los sacerdotes debían de mantener alimentado. Así es, debe haber un fuego sagrado, también en nosotros, que arda continuamente y que nada pueda apagar, afirmó el Papa.

En pequeñas oraciones: “Señor, ten piedad de nosotros”, “Señor, ayúdame”, toda acción encuentra su sentido, su porqué y su paz. Todas las partes de nuestro cuerpo nos complementan. Así, también, el trabajo y la oración son complementarios.

Un padre y una madre, constantemente ocupados, pueden sentir nostalgia por algún periodo de su vida, en el que era fácil encontrar tiempos armoniosos y espacios de oración: los hijos, el trabajo, los quehaceres de la vida familiar, los padres que se vuelven ancianos… Entonces, nos hace bien pensar que Dios, nuestro Padre, que debe ocuparse de todo el universo, se acuerda siempre de cada uno de nosotros. Por tanto, ¡también nosotros debemos acordarnos de Él!, expresó.

Jesús, después de haber mostrado a los discípulos su gloria en el monte Tabor, baja con ellos y retoma el camino cotidiano. Esa experiencia tenía que permanecer en los corazones, como luz y fuerza de su fe, para los días venideros: los de la Pasión.

Los tiempos dedicados a estar con Dios avivan la fe y nos ayudan en la concreción de la vida. Así, se mantiene encendido ese fuego del amor cristiano que Dios se espera de nosotros, nos dice Francisco.

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