8 de junio de 2025

Lástima no, ¡Compasión!

Hace poco, hablaba con un amigo, con el que siempre he tenido desacuerdos con respecto a la lástima y a la compasión, porque él piensa que son lo mismo, mientras que yo pienso que son dos cosas completamente diferentes. Y es que, actualmente, hay una gran confusión entre ambas, pues se utilizan de forma casi indistinta y como si fueran sinónimos. Pero esto no debe ser así, la compasión va mucho más allá de la lástima e, incluso, de la empatía, otra palabra que también está de moda.

La lástima, aunque la Real Academia de la Lengua Española la define como la “compasión excitada por los males de alguien”, en realidad, solo se queda en el propio yo. Es un sentimiento que causa tristeza, porque otro perdió un estado de bienestar; pero, por eso mismo, se ve desde un punto desigual. Es decir, el que siente lástima, ve al otro desde una cierta superioridad, por no tener su misma condición.

La compasión, por otro lado, nace del amor, de la igualdad y de la identificación fraternal con el otro. Quien siente compasión no simplemente pasa de lado o se entristece por la situación en desigualdad, sino que hace que uno salga de sí mismo para ayudar al otro, haciendo suyas, tanto las alegrías como las tristezas de los demás. San Pablo da el consejo a los Romanos de “alegrarse, con los que están alegres, y llorar, con los que lloran” (Rm 12, 15).

También, en la carta a los Filipenses, dice: “si la exhortación, en nombre de Cristo, tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento” (Flp 2, 1-2).

Y es que, justo en eso, radica la diferencia entre la lástima y la compasión. Mientras que la lástima nace de un sentimiento de autocomplacencia, para acallar la conciencia, la compasión nace de la unidad, de la fraternidad, de la solidaridad y de la humanidad. Este es un sentimiento propio de quienes se consideran hermanos en Cristo. Para eso, también se necesita la empatía; es decir, la comprensión intelectual de las necesidades, carencias y sentimientos de los demás. La empatía es necesaria, pero, quedarse en ella, es muy cómodo, porque no implica involucrarse con el otro para ayudar en sus necesidades, ni alegrarse en sus alegrías.

Cristo nos mandó a ser compasivos y misericordiosos, nunca sintamos lástima por cualquiera que tenga algún problema. Hacerlo, sería rebajar su dignidad.

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