26 de junio de 2024

Correr del miedo

Corremos del fuego, por temor a quemarnos, y nuestras venas se congelan, sin saber qué causó el daño. Nadamos hacia la orilla, para evitar ahogarnos, y batallamos, para volver a hidratarnos.

Nos volvemos prisioneros, esclavos de impulsos desatados, de pánico, que alarman al corazón y ciegan la razón, que consumen la voz y paralizan la atención, que arrancan la autoestima y minan cualquier rastro de fe que se aproxima.

¿Qué pasaría si dejáramos de huir y acobardarnos por esos demonios? Tal vez, nuestros latidos bombardearían calor, sin quemar al corazón. Seríamos capaces de recorrer pacíficos enteros, sin saturar nuestra respiración. 

La realidad es que pretendemos encontrar paz, escapando de lo único que nos lo puede dar. Aspiramos encontrar un sentido, que solo existirá cuando haya una disposición con la capacidad de edificar. 

El miedo no mata, pero apaga el fuego y evapora el agua. Al final, saludarlo podría no ser el peor panorama. Después de todo, es un síntoma de que aún hay vida.

Quizá, debería ser mayor el pavor a creernos dueños de la inmortalidad, a vivir pensando que, las puertas abiertas y los latidos, nunca se enfrentarán con un punto final. 

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