3 de julio de 2024

Salto de Fe

«Brinca»- escuché dentro de mí, cuando me acerqué a una barranca.

No le hice caso, “¿dónde estará el resto del camino?» me pregunté. No se veía nada hacia delante, ni hacia la derecha y, mucho menos, a la izquierda.

«¿Deberé volver?» me preguntaba. Quizá, me había equivocado de camino y este no daba a ningún lugar, comencé a sentir miedo. Tanto he recorrido, tanto he conocido, tanto he pasado ¿para esto?

«Salta» volví a sentir en mi interior. Me asomé hacia el precipicio, no se veía fondo, todo oscuro; si decía una palabra, se escuchaba el eco, rebotando en todo lo que no había allí.

«No puedo hacerlo» – pensé – «será mejor que me quede aquí».

Te apareciste, como un ardor dentro de mi pecho, algo no estaba bien, algo estaba eligiendo mal. La inquietud no me dejaba respirar. Tanta era la preocupación que decidí tomar mi maleta y saltar.

«No» – dijiste – «déjalo, no la necesitarás. Suelta y salta».

¿Cómo?, mi miedo contestó, sin pensarlo. ¿Cómo no voy a necesitar esto, si esto me ha ayudado toda mi vida?

Silencio, en ese momento, decidiste guardar silencio. Me negué, me quedé inmóvil, no solo un día, o una semana, o un mes. Era más sencillo, para mí, estar ahí, quieta, a hacer aquello que atemoriza a mi corazón.

Volviste a aparecer, con la misma ternura. «¿Vamos?» me preguntaste, me hice la que no escuchaba. «Déjalo todo y sígueme». 

Podía sentir cómo tu mano tomaba la mía, pero no la jalaba, tomabas mi mano, como cuando un amigo consuela a otro, haciéndole entender que continúen juntos.

Me levanté, limpiaste mis lágrimas, una manera amorosa de ayudarme a desprender, de mi espalda, mi maleta; aún así, la arrastré hasta donde pude, llegando al borde del precipicio, te detuviste y, volteando a verla, la solté. Sentía cómo no soltabas mi mano, fue una sensación rara cuando tomabas mi mano y, en la otra, parecía llegar una sensación nueva, como esperanza, una esperanza combinada con una alegría particular. 

Cerré mis ojos y entonces… Salté.

Deja un comentario