8 de julio de 2024

La Paz

Cuando nos damos el saludo de la paz, en la misa, ¿nos damos la paz de Cristo o la paz del mundo? Quizás, para nosotros, la paz significa la ausencia de conflicto, llevarnos bien, ser “buena gente”— y, por eso, buscamos primeramente darles la paz a nuestros seres queridos. En este acto, tal vez, buscamos un gesto de reconciliación por las pequeñas (o grandes) ofensas cotidianas. Ciertamente, Jesús nos recomienda que, antes de presentar nuestras ofrendas ante el altar, hagamos las paces con nuestros hermanos (Mt. 5:23-24). 

Este momento de la misa, incluso, puede volverse una breve oportunidad para socializar, revisar el celular, distraernos y nos podemos olvidar de que Jesucristo ya está presente en el altar. Jesucristo, quien dijo a sus apóstoles “la paz les dejo, mi paz les doy”, no viene a resolver los conflictos de la humanidad. Por el contrario, Él mismo dijo: “¿Creen ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no, más bien, he venido a traer división” (Lc. 12:51) y, también, “no he venido a traer paz, sino espada” (Mt. 10:34). 

Entonces, ¿cuál es la paz de Cristo, la que deberíamos ofrecernos en la misa? En realidad, no tiene nada que ver con ser buenas personas, algo demasiado ambiguo, que no nos dura mucho tiempo y solo procuramos con quienes amamos. Tampoco significa vivir libres de problemas y sufrimientos pues, como cristianos, sabemos que nuestra salvación solo se da a través de la Cruz. 

La paz de Cristo es mucho más radical, porque es la paz que viene de Dios. Es la paz que Jesucristo resucitado da a sus apóstoles, después de que estos lo hubieran traicionado y abandonado a su muerte. Es una paz que surge del amor, el perdón y la entrega incondicional por el otro. Implica que, más allá de nuestras diferencias y problemas, seamos capaces de dar la vida unos por otros — ¡incluso, por nuestros enemigos! Así, pues, darnos la paz en la misa es un enorme reto: el reto de ser verdaderos cristianos.

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