Cuando era más chica, pensaba que mi papá era capaz de hacer todo y más. Dentro de mi cabeza no cabía cómo mi papá sabía andar en una bicicleta, sin rueditas; cómo podía arreglar todo, cuando se descomponía; cómo podía cocinar esa pasta, que tanto me gustaba; cómo podía hacernos reír tanto a mí y a mi familia. Aunque suene un poco cliché, realmente pensaba que mi papá era como un superhéroe salido de Hollywood.
Pero los años pasan, y con eso tu visión cambia. Empiezas a darte cuenta de que muchas de las cosas que creías no eran ciertas, y que el mundo es más complicado de lo que pensabas. Muchas personas podrían decir que este momento es horrible, porque tus creencias e ilusiones se colapsan en segundos. Pero yo creo que es uno de los momentos más bonitos en la vida, porque es cuando conoces lo que el amor significa.

Me di cuenta de que esa persona, que admiraba, era del planeta tierra y que realmente no era un superhéroe. Entendí que no importa si no sabes la respuesta a todas las preguntas, lo que importa es compartir lo que sabes con los que quieres. No importa si un día no puedes arreglar la bici que se rompió, lo que importa es la intención. No importa si un día la pasta no sale, lo que importa es que diste tu mejor esfuerzo por tu familia.
En ese momento comprendí que durante mi infancia, mi papá me había enseñado una de las lecciones más importantes de la vida. El amor se construye con las acciones más insignificantes, día con día.
El amor no se trata de amar perfectamente a alguien sin equivocarte, sino de darlo todo y, poco a poco, ir arreglando esos errores que cometes. El amor no es perfecto como un superhéroe, pero sí tiene el poder de transformar tu vida como los super poderes.