por La Comunión es el sacramento en el cual, bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.
Se le llama también “el sacramento de los sacramentos” porque, en el pan y el vino consagrados, se encuentra Cristo presente y porque los otros sacramentos tienen, como fin, la Eucaristía.
Así como el cuerpo se nutre de lo que comemos, al comulgar, recibimos el Cuerpo de Cristo, que alimenta el alma y fortalece todas las dimensiones del ser humano.
Al celebrar el Sacerdote la misa, durante la Liturgia Eucarística, se lleva a cabo la actualización de la última cena de Jesús, con sus apóstoles, en el Cenáculo en Jerusalén.
La palabra “comunión” proviene del latín “communĭo”, que significa participar en lo común. Es tanto el anhelo de Jesucristo por estar en esta unión común con nosotros, que la Iglesia, como buena madre, nos permite estar cerca de Él cuando queramos.
Día y noche, se encuentra en los Sagrarios de las iglesias y, a todas horas, está presente Jesús Eucaristía. Hasta por las redes sociales, hay capillas de adoración perpetua.
Él siempre nos está esperando en el Sagrario, junto a una velita roja encendida. Justamente encendida porque, dentro del Sagrario, está Cristo presente en la Hostia Consagrada.
Podemos acercarnos, todos los días, a Jesucristo por medio del Sacramento de la Eucaristía y acompañarlo en el Sagrario. Durante la comunión, comemos su cuerpo y bebemos su sangre. Este es un grande misterio de fe.
A Dios, le encanta que vayamos a la iglesia a adorarlo, acompañarlo, alabarlo, darle gracias, platicarle nuestros asuntos, preocupaciones y logros, consolar su Sacratísimo Corazón, que le digamos: “te quiero, te amo, eres mi tesoro, mi todo”.
Para profundizar en el tema, les sugiero leer a San Juan, en su capítulo seis.
Los invito a que se acerquen a este sacramento de amor, en donde Jesucristo nos demuestra lo mucho que nos ama.
