8 de julio de 2024

La reconciliación, el sacramento de paz

A este sacramento, se le conoce con varios nombres: Sacramento de conversión, de penitencia, de confesión, del perdón o de reconciliación. Libremente, buscamos a Jesucristo en este sacramento para que nos quite, con su perdón, el desorden que hay en nuestra alma.

Para llevar a cabo una buena confesión, es importante: hacer un examen de conciencia; que el haber cometido estos pecados nos duela; que estemos arrepentidos; que tengamos la seguridad de que, con la ayuda del Espíritu Santo, tendremos la fuerza para enmendarlos y proponernos no volver a cometerlos; decirle nuestros pecados al sacerdote confesor y, finalmente, cumplir la penitencia que él nos indique.


Con fe, le confesamos directamente a Jesucristo, en la persona del confesor, pues así lo mandó Él, cuando les dio a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados en Su nombre y este poder se ha ido transmitiendo, desde Pedro, hasta hoy, a nuestros sacerdotes. (Mt 12, 22-37; Jn 20, 21-23; 1Jn 1,9; St 5,14-16)

Durante la absolución, recibimos, por medio del confesor, el perdón y la misericordia de Cristo, que nos permite volver a nuestro Padre, puesto que nuestras culpas ya fueron restituidas por Él.

Este sacramento nos reconcilia con Dios, la Iglesia, nuestros hermanos y con nosotros mismos. Es el camino libre y seguro de llegar al amor de Dios que nos sale al encuentro y nos regresa a una vida nueva, llenándonos de armonía, paz y alegría, al ser liberados y sanados interiormente.

San Agustín nos dice, en su sermón 56, no. 4115: “si todas estas faltas se acumulan sobre nosotros, ¿no podrán estrujarnos, por menudas que sean? ¿Qué más da te aplaste el plomo que la arena? 

El plomo es masa compacta; la arena se forma de granitos, pero su muchedumbre te sepulta. ¡Pecados leves! ¿No ves cómo de menudas gotas se desbordan los ríos y se llevan las tierras? Son pequeñas, pero son muchas.”

Que nuestra Madre, la Virgen María, nos anime y acompañe a vivir este sacramento. 

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