5 de julio de 2024

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Domingo de Resurrección, un día para dar Gloria a Dios en nuestro corazón.

Jesús se encarnó, se hizo hombre, y en su vida se cumplió todo cuanto estaba escrito.

Se hizo víctima, asumiendo y cargando cada uno de los pecados cometidos en todos los tiempos, pagando el precio más alto por nuestra Salvación, un misterio profundo y difícil de comprender, experimentando en su humanidad una agonía inimaginable.

Murió y descendió a los infiernos devolviéndonos la entrada al Paraíso. El mismo Dios, hecho hombre, fue sacrificado como el cordero Perfecto, devolviéndonos  la entrada al Jardín del Edén.

Nos encontramos contemplando el precioso misterio de la Resurrección del Señor, en este jardín afuera del Santo Sepulcro, donde María Magdalena se encuentra con Jesús,  y que emula al mismo Jardín perdido por nuestros primeros padres a causa del pecado.

¡La casa del Padre nos ha sido devuelta! Esta buena Noticia, la Sagrada Escritura, nos la actualiza y la hace presente en nuestro corazón en cada misterio y Palabra de Dios que contemplamos y escuchamos.

Dios mismo, nos llama por nuestro nombre, así como lo hace con la Magdalena, y al mismo tiempo se refiere a nosotros como hermanos.  ¡Ya somos de la misma familia!,  y estamos llamados a ser a Su imagen y semejanza.

Jesús, en este misterio que válida toda nuestra fe, nos quiere llevar en Él  y con Él, hacia el Padre que anhela llenarnos de su Amor y de su Gracia; para que así, de su mano y en su corazón lleguemos a ser esa persona que soñó cuando nos pensó, y que teniéndolo a Él, resucitado  y presente en nuestra vida, sea quien nos alimente cada día para ser esa criatura nueva.

Pascua es ese paso, ese camino que ni el mismo Dios se saltó, ni evitó, ni evadió; ese tránsito por caminos inciertos que nos abren las puertas a los cielos nuevos, y paraísos llenos de gracia en nuestro diario acontecer .

¡Seamos generadores de vida! Vivamos con Jesús resucitado, vivo en nuestro corazón, escuchando desde su Amor y su Corazón nuestro nombre, recibiendo la gracia de resucitarlo en cada corazón que nos acompaña, abriéndole el sepulcro de nuestro interior  para que pueda estar siempre presente en nuestras vidas.

¡Bendito y alabado sea Dios, por tanto!

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