5 de julio de 2024

¿Y, tú, lloras?

Hace cinco años, en una mañana fría de invierno, el corazón de mi esposa dejó de latir y el mío sufría uno de los dolores más grandes jamás imaginado. Yo estuve a su lado, en esas últimas horas de su vida, “hablando” con ella, acariciando sus manos o dándole un cariñoso masaje en sus pies; a los pocos minutos, pasadas las seis de la mañana, le llamé a los doctores y enfermeras de turno, quienes me confirmaron lo que yo ya sabia y, tal vez, por ello, no solté el llanto, solo recuerdo haberles agradecido su esfuerzo y acercarme a ella para darle un beso en su frente fría. 

No tengo idea de cuánto tiempo transcurrió hasta que debí salir de la habitación y, en el pasillo, me encontré con el marido de otra paciente que había ingresado grave en los mismos días que lo hiciera mi mujer y, sin mediar palabras, nos fundimos en un fuerte abrazo solidario y nuestro llanto se hizo uno solo. Él también acababa de perder a su amor.

A las mujeres les está bien llorar, a los hombres recordar, escribió Tácito en los primeros años de nuestra era; sin embargo, una de las muchas enseñanzas, que le agradezco a mi padre, es aquella que tiene que ver sobre el llanto, pues, en varias ocasiones, me dijo que llorar no era un indicativo de debilidad sino una señal de estar vivo. 

Se dice que el llanto es, a veces, el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras, pero, para mí, es también una forma de disolver en el agua del alma el dolor que se aloja en el corazón. 

Aún en pleno siglo XXI, hay muchas personas (de ambos sexos) que piensan que los hombres no deben llorar. Yo me opongo por completo a ese concepto tan equivocado pues, para mí, el poder hacerlo me ha ayudado a saberme vivo, así que no suelo reprimir mis lágrimas, las dejo fluir cada vez que mi corazón lo necesita y, después de hacerlo, suelo sentirme mejor y con mucha paz.

¿Y, tú, lloras?

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