por Continuación…
Lo que vale de la boda, lo mejor, el sacramento, la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía, nada tiene rango de comparación para esos momentos que son los importantes, con flores o sin ellas, entre olanes y volantes o con ese vestido que, al fin, usó mi hija, entendiendo que “esta” era la boda, con banquete o sin él.
Cada detalle tomó una importancia enorme, siendo sólo 18 en la iglesia, todos con cubrebocas, menos los novios que quedaron licenciados, la música de gaita fue extraordinaria, los signos y símbolos, a puerta cerrada, en total intimidad, fuimos testigos de los votos de amor y el triángulo con Cristo.
Cuando se abrió la puerta para salir, qué maravillosa sorpresa, familia y amigos en los escalones del atrio, con su sana distancia, con matracas, letreros, porras y no faltó la tía que pasó corriendo, arrojando arroz a los novios, otros pasaban tocando el claxon…
Llegando al salón de eventos, nuestro pequeño jardín con luces y flores, decorado hermosamente, se celebró el banquete, el menú, que eligió la novia, servido en porciones individuales, todo en desechable servido por una prestigiosa chef que es nuestra vecina. Solo se bebió champaña, pues solo éramos 14 los que brindábamos en copas de plástico y fuimos los testigos del emocionante baile de la novia con su papá y el primer baile de esposos.
Los novios decidieron tener luna de miel, no querían renunciar a eso también, con todo el gel antibacterial y mil cubrebocas en el equipaje viajaron a Cancún, un hotel que garantizaba los protocolos de cuidado contra Covid. Al regreso, se encerraron por 2 semanas como previsión.
A los 16 días exactos, presentaron los primeros síntomas, la prueba dio positivo a Covid.
Gracias a Dios, fue una enfermedad llevadera en casa, sintiéndose muy mal, pero nada grave y juntos para siempre…en la salud y en la enfermedad.
Cuando la vida te reta, pon tu mejor cara, disfruta el viaje y contabiliza los aprendizajes de la experiencia.
