8 de julio de 2024

Elementos de la Liturgia: Plegaria Eucarística

Continuamos con la parte central de la Plegaria Eucarística, que es propiamente la Consagración. Primeramente, el sacerdote realiza una epiclesis; esto es, invoca al Espíritu Santo sobre las ofrendas con ambas manos. Los fieles nos arrodillamos, pues reconocemos que Dios se hace presente. 

Entonces, el sacerdote enuncia las palabras que Jesucristo pronunció cuando instituyó la Eucaristía en la Última Cena. Conviene profundizar en este misterio. En este momento, el sacerdote actúa in persona Christi, esto es, en la persona de Cristo. Esto quiere decir que Jesucristo mismo es el que está realizando el acto de consagración—con sus propias palabras. Por eso dice, “esto es mi cuerpo” y “este es el cáliz de mi sangre”.

Esto implica que el acto de consagración no es una simple recreación de algo que aconteció hace dos milenios. Más bien, el sacrificio eterno y perfecto de Jesucristo se actualiza, se hace presente en cada misa. En realidad, solo hay una misa, la de Jesucristo en la Cruz. Podemos decir que, al momento de la consagración, el tiempo humano colapsa, pues lo irrumpe la eternidad del acto divino.

Asimismo, es por las palabras de Jesús que el pan y el vino se convierten realmente en Su Cuerpo y Su Sangre. La Palabra de Nuestro Señor (el Verbo hecho carne) es eficaz, transforma la realidad. Cuando Nuestro Señor dice, “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, dice la verdad y nosotros le creemos.

Al consagrar el pan y el vino, el sacerdote los eleva en ofrenda a Dios Padre y, luego, se arrodilla en adoración. Como señaló Juan Pablo II: “sobre el altar está presente verdadera, real y sustancialmente, Cristo, muerto y resucitado, en toda su humanidad y divinidad.” Este es, verdaderamente, el misterio de nuestra fe.

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